"Es la segunda venida de los Beatles". Así describió Entertainment Weekly la reacción de las decenas de fans histéricas que se congreban en el panel de "Twilight" (la película, de estreno el 21 de noviembre) en la Comic-Con de este año. En consecuencia, la revista norteamericana le dedicó una portada al fenómeno: no sólo fue uno de los números más vendidos de los últimos tiempos, sino que también obtuvo alrededor de 200 comentarios en su página web, cuando la media son unos cincuenta. Que nadie se engañe: "Twilight", conocida entre nosotros como "Crepúsculo" y editada por Alfaguara, va a espolear un fenómeno de proporciones estratosféricas tan pronto como se estrene la película. Y cuando uno lee la primera entrega de la saga, la pregunta no es por qué. La pregunta es: ¿cómo iba a ser de otro modo?
Como toda autora de best sellers, Stephenie Meyer posee una astucia fuera de toda duda, más allá de su habilidad como narradora. Su gran acierto ha sido cocinar una ficción razonablemente ambiciosa dirigida al target más apetecible y, al mismo tiempo, más complicado del mercado editorial: las adolescentes y pre-adolescentes, las únicas lectoras capaces de apasionarse de verdad con una historia que consiga llegarles al corazón cual estaca de madera. Meyer parece haber estudiado a conciencia el fenómeno "Harry Potter", y el resultado es una saga que casi podría considerarse su versión tween, aunque también supone el primer gran éxito superventas de un subgénero (el romance paranormal) que lleva décadas haciendo furor a pequeña escala. "Twilight", con su exagerada angustia adolescente y su forma de recrearse en el romance prohibido, tiene la textura de una fan fiction más que de un trabajo original. Es más: podría considerarse la primera fan fiction original de la historia. Y es tremendamente marysueista, por supuesto.
En caso de que no seas una adolescente de 14 años, ahí va un resumen de las bases de "Twilight": Bella Swan es una bastante normal que se muda a Forks (Washington), el pueblo más lluvioso de todo Estados Unidos, para vivir con su padre ausente. En el instituto conoce a Edward Cullen, un extraño y extremadamente pálido joven que parece sentirse incómodo en presencia de la protagonista. Algo relacionado con que es un vampiro centenario y que, bueno, hay una gran posibilidad de que Bella podría ser su tan ansiada alma gemela. También influye el hecho de que Edward debe luchar contra el poderoso deseo de abrirle la yugular cada vez que están cerca. La mezcla culmina con otra facción de vampiros, mucho más sanguinarios que Edward, pero igual de jóvenes y ridículamente bellos, algo en lo que profundizaremos más en la segunda parte de este post especial.
Hay un dato aparentemente secundario, pero fundamental para comprender un fenómeno de esta magnitud: Stephenie Meyer es mormona. Lo cual explica la celebración de la abstinencia sexual que recorre toda su saga (el contacto físico entre Bella y Edward podría desembocar en una muerte horrible), pero también se convierte en el secreto involuntario de su éxito. Si los protagonistas cumpliesen el deseo de todo lector adulto y consumasen su amor en el primer volumen de la saga (convirtiendo a esta de paso en un festival de gore y sexo vampírico), es muy posible que "Twilight" no fuera ni la mitad de popular de lo que es hoy. Ese erotismo implícito, esta tensión sexual no resuelta (y raramente verbalizada), ese deseo incómodo y peligroso rima perfectamente con la revolución hormonal adolescente de sus lectoras tipo. "Twilight", como los Jonas Brothers, es la demostración palpable de que el mercado de la cultura teenager encuentra sexy la abstinencia sexual. Y es muy posible que esa sea también la clave de la devaluación del vampiro como arquetipo de horror, algo de lo que seguiremos hablando mañana, en la secuela de este post.