Soft Kelly
Quién nos iba a decir a los fans de "Los Osbourne" que la adolescente grosera y medio loca que Ozzy tenía por hija se iba a convertir, con el tiempo, en la artista ecléctica y ultracool que es hoy. Su nuevo disco, "Sleeping in the Nothing" (7 de junio en las tiendas), nos presenta a una Kelly Osbourne que se podría medir con otras Grandes Damas de la música electrónica sin salir malparada: su single de presentación, "One Word", no solo contiene todas las claves secretas del pop sofisticado (coros en francés, ambiente misterioso, estribillo percutivo, ecos ochenteros), sino que encima viene acompañado de un vídeo que hará enmudecer a todo el que la recuerde de sus conversaciones sexuales con su madre (¿Y si el tanga se me mete por la vagina?) o sus peleas con su hermano (¡Eres un puto capullo, Jack!). En otras palabras: "One Word", con su estética de ciencia-ficción artie y su impecable fotografía blanquinegra, es lo mejor y más imprevisible que ha hecho nadie que haya salido de un reality show... Bueno, salvo quizás el disco de David Brent, pero lo suyo era un reality mockumentary, así que no cuenta.
Puede que Kelly Osbourne sea la versión trash girl de artistas tan repelentes como Britney Spears o Madonna: una estrella del pop, sí, pero una estrella del pop con un padre legendario al borde de la enajenación mental, una facilidad asombrosa para caer mal, una estética más cercana al DIY que al modelito Guy Laroche y una clara inclinación al menú gigante del Burger King antes que a la ensalada dietética. Su secreto reside en que vale lo mismo para un roto que para un descosido: Kelly es, a la vez, estrella de telerrealidad, anti-ídolo adolescente, protagonista de trifulcas petardas (¿cómo olvidar lo suyo con Christina Aguilera?), rockera sintética con actitud (su versión de "Papa Don't Preach" sigue siendo un clásico inamovible de mi reproductor Winap) e icono pop de largo alcance. Habrá que esperar al 7 de junio para comprobar si la chica logra plasmar todo eso en un disco que cumpla las expectativas.
Puede que Kelly Osbourne sea la versión trash girl de artistas tan repelentes como Britney Spears o Madonna: una estrella del pop, sí, pero una estrella del pop con un padre legendario al borde de la enajenación mental, una facilidad asombrosa para caer mal, una estética más cercana al DIY que al modelito Guy Laroche y una clara inclinación al menú gigante del Burger King antes que a la ensalada dietética. Su secreto reside en que vale lo mismo para un roto que para un descosido: Kelly es, a la vez, estrella de telerrealidad, anti-ídolo adolescente, protagonista de trifulcas petardas (¿cómo olvidar lo suyo con Christina Aguilera?), rockera sintética con actitud (su versión de "Papa Don't Preach" sigue siendo un clásico inamovible de mi reproductor Winap) e icono pop de largo alcance. Habrá que esperar al 7 de junio para comprobar si la chica logra plasmar todo eso en un disco que cumpla las expectativas.
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