Disney en guerra
Cuentan que cuando Michael Eisner (quien, en 1984, fue encumbrado hasta lo más alto de la Disney por los mismos ejecutivos que ahora piden su cabeza) visitó el rodaje de "Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra", se volvió literalmente loco de ira. ¿Contratamos al actor más sexy del planeta y luego resulta que tiene esa pinta?, exclamó un enfurecido Eisner al ver la arriesgada caracterización de Johnny Depp como el capitán Jack Sparrow. El comandante en jefe no era el único ejecutivo de la Casa del Ratón que pensaba que la aventura pirata de Depp tenía serias posibilidades de convertirse en el golpe de gracia de esta zozobrante empresa multimedia (que, no obstante, empezó siendo un modesto estudio de animación). No estaría de más recordar que, en la primavera de 2001, un Eisner lleno de orgullo declaró que su estreno veraniego de aquel año era lo más parecido a un éxito seguro que se puede encontrar en este negocio. El título de aquel estreno era, por supuesto, "Pearl Harbor".
El libro DisneyWar: The Battle for the Magic Kingdom, del siempre interesante James B. Stewart, no sólo habla de esta considerable ceguera que parece poseer a los ejecutivos disneyanos a la hora de valorar sus películas de imagen real, sino que también es una acertada crónica de la decadencia de un imperio que, hace unas pocas décadas, era sinónimo de entretenimiento multimillonario. También es la historia de Eisner y Jeffrey Katzenberg, dos amigos unidos por sus ansias de dólares y más tarde enfrentados exactamente por la misma razón: en las manos de estos dos titanes del corporativismo, Disney empezó a parecerse más a una multinacional sin alma en la que importaban más los negocios a gran escala que la creatividad de unos artistas (los animadores) que se veían, irremediablemente, superados por las circunstancias. Eisner resumía sus prioridades de la siguiente manera: Nosotros no estamos obligados a hacer arte. Nosotros no estamos obligados a hacer historia. Nosotros no estamos obligados a hacer algo remarcable. Pero, para poder hacer dinero, a veces es importante hacer historia, hacer arte, hacer algo remarcable.
A lo largo de sus más de 500 páginas, Stewart narra el proceso de lenta pero segura autodestrucción en el que está sumida la compañía: en ese sentido, su decisión de no producir más largometrajes de animación tradicional no es más que un síntoma de cómo está el patio. Bajo la dirección de Eisner, Disney se ha enfrentado a algunas de sus peores pesadillas: la fundación de una compañía rival (DreamWorks) a manos de un listillo (Katzenberg) al que ella misma le había enseñado todos los trucos, la -finalmente fallida- decisión de producir una de las películas más controvertidas de los últimos tiempos ("Fahrenheit 9/11"), el abandono de su más sólido bote salvavidas (Pixar), la guerra contra los hermanos Weinstein, la llegada de un inepto heredero del Padre Fundador (Roy E. Disney) que venía a reclamar lo que es suyo... No obstante, como el propio Stewart se encarga de aclarar al final de su libro, DisneyWar está muy lejos de haber acabado; y el nombramiento en septiembre de este año de Robert Iger como sustituto de Eisner no parece inspirarle mucha confianza al autor. Al fin y al cabo, muy difícil lo tiene este nuevo jefazo si pretende hacer entrar en razón a un grupo de ejecutivos que, según lo que nos cuenta Stewart, se parece cada vez más a un capítulo de "The Office". O de "Los Simpsons".
El libro DisneyWar: The Battle for the Magic Kingdom, del siempre interesante James B. Stewart, no sólo habla de esta considerable ceguera que parece poseer a los ejecutivos disneyanos a la hora de valorar sus películas de imagen real, sino que también es una acertada crónica de la decadencia de un imperio que, hace unas pocas décadas, era sinónimo de entretenimiento multimillonario. También es la historia de Eisner y Jeffrey Katzenberg, dos amigos unidos por sus ansias de dólares y más tarde enfrentados exactamente por la misma razón: en las manos de estos dos titanes del corporativismo, Disney empezó a parecerse más a una multinacional sin alma en la que importaban más los negocios a gran escala que la creatividad de unos artistas (los animadores) que se veían, irremediablemente, superados por las circunstancias. Eisner resumía sus prioridades de la siguiente manera: Nosotros no estamos obligados a hacer arte. Nosotros no estamos obligados a hacer historia. Nosotros no estamos obligados a hacer algo remarcable. Pero, para poder hacer dinero, a veces es importante hacer historia, hacer arte, hacer algo remarcable.
A lo largo de sus más de 500 páginas, Stewart narra el proceso de lenta pero segura autodestrucción en el que está sumida la compañía: en ese sentido, su decisión de no producir más largometrajes de animación tradicional no es más que un síntoma de cómo está el patio. Bajo la dirección de Eisner, Disney se ha enfrentado a algunas de sus peores pesadillas: la fundación de una compañía rival (DreamWorks) a manos de un listillo (Katzenberg) al que ella misma le había enseñado todos los trucos, la -finalmente fallida- decisión de producir una de las películas más controvertidas de los últimos tiempos ("Fahrenheit 9/11"), el abandono de su más sólido bote salvavidas (Pixar), la guerra contra los hermanos Weinstein, la llegada de un inepto heredero del Padre Fundador (Roy E. Disney) que venía a reclamar lo que es suyo... No obstante, como el propio Stewart se encarga de aclarar al final de su libro, DisneyWar está muy lejos de haber acabado; y el nombramiento en septiembre de este año de Robert Iger como sustituto de Eisner no parece inspirarle mucha confianza al autor. Al fin y al cabo, muy difícil lo tiene este nuevo jefazo si pretende hacer entrar en razón a un grupo de ejecutivos que, según lo que nos cuenta Stewart, se parece cada vez más a un capítulo de "The Office". O de "Los Simpsons".
8 comentarios
Noel -
La Ruina de la Familia -
Anónimo -
Noel -
Sunes -
Noel -
Javi -
PD.- Señor Toldo, a mí las dos últimas de Pixar me siguen pareciendo superiores al resto, y aunque "Cars" no tenga una pinta apoteósica, yo confío plenamente en Lasseter.
Señor Toldo -
Y yo soy de los que opina que Pixar lleva ya dos tropezones seguidos muy serios. Y la de los coches tiene de todo menos buena pinta.
En fin, para animación siempre nos quedarán Miyazaki, Oshii...