Aquí no hay vencedores
La primera vez que leí La larga marcha tenía 16 años, más o menos como sus protagonistas. Ahora, tres años después, aún hay fragmentos de ese libro que vuelven a mí cabeza con cierta frecuencia, imágenes tan nítidas que casi parecen sacadas de una película. He hablado con más gente que ha leído el libro y he podido llegar a la conclusión de que "La larga marcha" deja huella (aunque no tan profunda como la mía, que debo ser caso aparte). Y es que sin ser el libro más terrorífico de Stephen King (ese siempre ha sido y será "Cementerio de animales"), "La larga marcha" es una de las obras más angustiosas y desasosegantes que he tenido ocasión de leer.
La novela, escrita en 1979 bajo el pseudónimo de Richard Bachman, supone todo un tour de force para King: la acción se sitúa en un futuro indefinido (pero, intuimos, no muy lejano) en el que EEUU está gobernado por una figura conocida simplemente como El Comandante, encarnación de una sociedad fascista y absolutamente militarizada. Cada año, El Comandante organiza una competición llamada "La larga marcha", en la que un grupo de jóvenes caminan sin descanso por las carreteras de todo el país. Un grupo de militares subidos en carros de combate son los encargados de vigilar a los chicos para que ninguno de ellos haga trampas: se les permite parar unos segundos hasta tres veces, con consiguiente Aviso que eso conlleva. Al cuarto Aviso, los soldados disparan a matar. No hay una línea de meta al final, ni tampoco un recorrido ni una duración predeterminadas: gana el último concursante que quede en pie. Así de sencillo.
Como casi siempre en Richard Bachman, la crítica sangrante a la televisión y a la sociedad americana está muy presente: concursos en los que la gente pierde la vida y los concursantes sueñan con un fabuloso premio que, al final, se revela inexistente. Lo escalofriante del libro es que cada concursante tiene sus razones para participar: unos lo hacen por el premio, pero también hay otros que necesitan el dinero para ayudar a su familia o que concursan para escribir un libro sobre "La larga marcha" (dando por sentado que la terminen). También hay otros que se apuntan por gusto, para vivir la experiencia. El brillante, intachable estilo literario de King nos coloca en una posición realmente incómoda: leyendo "La larga marcha", uno tiene la sensación de estar compitiendo, de llevar dos días andando sin parar por una carretera polvorienta y a pleno sol, compartiendo el agotamiento de los personajes. Hay detalles realmente alucinantes: la amistad que establece el protagonista con otros chicos (aún sabiendo que sólo uno de ellos saldrá con vida de todo eso), la frialdad con la que se describen las ejecuciones en plena carretera, la progresiva sensación de agobio a medida que la Marcha va llegando a su fin, la espiral de locura en la que se sumerge el prota en el último tramo...
Pero lo más curioso de todo es que "La larga marcha" es, con todo, una novela divertida. Es, a su manera perversa, una comedia, como "Battle Royale" o "Starship Troopers". Además, no se puede concebir una metáfora más perfecta sobre el complicado paso de la infancia a la edad adulta, verdadero tema rector de la inmensa mayoría de las novelas de King. En suma: un libro para pasarlas putas. Y para releer, sin duda.
La novela, escrita en 1979 bajo el pseudónimo de Richard Bachman, supone todo un tour de force para King: la acción se sitúa en un futuro indefinido (pero, intuimos, no muy lejano) en el que EEUU está gobernado por una figura conocida simplemente como El Comandante, encarnación de una sociedad fascista y absolutamente militarizada. Cada año, El Comandante organiza una competición llamada "La larga marcha", en la que un grupo de jóvenes caminan sin descanso por las carreteras de todo el país. Un grupo de militares subidos en carros de combate son los encargados de vigilar a los chicos para que ninguno de ellos haga trampas: se les permite parar unos segundos hasta tres veces, con consiguiente Aviso que eso conlleva. Al cuarto Aviso, los soldados disparan a matar. No hay una línea de meta al final, ni tampoco un recorrido ni una duración predeterminadas: gana el último concursante que quede en pie. Así de sencillo.
Como casi siempre en Richard Bachman, la crítica sangrante a la televisión y a la sociedad americana está muy presente: concursos en los que la gente pierde la vida y los concursantes sueñan con un fabuloso premio que, al final, se revela inexistente. Lo escalofriante del libro es que cada concursante tiene sus razones para participar: unos lo hacen por el premio, pero también hay otros que necesitan el dinero para ayudar a su familia o que concursan para escribir un libro sobre "La larga marcha" (dando por sentado que la terminen). También hay otros que se apuntan por gusto, para vivir la experiencia. El brillante, intachable estilo literario de King nos coloca en una posición realmente incómoda: leyendo "La larga marcha", uno tiene la sensación de estar compitiendo, de llevar dos días andando sin parar por una carretera polvorienta y a pleno sol, compartiendo el agotamiento de los personajes. Hay detalles realmente alucinantes: la amistad que establece el protagonista con otros chicos (aún sabiendo que sólo uno de ellos saldrá con vida de todo eso), la frialdad con la que se describen las ejecuciones en plena carretera, la progresiva sensación de agobio a medida que la Marcha va llegando a su fin, la espiral de locura en la que se sumerge el prota en el último tramo...
Pero lo más curioso de todo es que "La larga marcha" es, con todo, una novela divertida. Es, a su manera perversa, una comedia, como "Battle Royale" o "Starship Troopers". Además, no se puede concebir una metáfora más perfecta sobre el complicado paso de la infancia a la edad adulta, verdadero tema rector de la inmensa mayoría de las novelas de King. En suma: un libro para pasarlas putas. Y para releer, sin duda.
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