Indy y Zito
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— Mira que te dije que con ese calzado lo ibas a pasar mal.
— Ay, ya lo se, ay, pero todo iba bien hasta entonces. No parecía que aquella piedra estuviera suelta.
— Es que menudo resbalón… —y se interrumpe de pronto.
— ¿Qué pasa? —pregunta él mientras ella se tapa la boca, intentando no reírse.
— No te enfades, pero es que te ha quedado muy cómico. El culazo, el chapuzón…
No puede contenerse más y estalla en carcajadas.
— Casi me rompo la espalda y encima te mondas de la risa, te parecerá bonito, anda, ayúdame, ay, a quitarme los pantalones, ay, están empapados, ay, y yo solo no puedo quitármelos, uf.
— Venga, quejica, levanta el culo un poco —y le empuja levemente para que ruede de lado sobre la cama.
— ¡Aaay! ¡No me toques ahí, que es donde más me duele!
— Perdona, perdona... De todos modos, te lo mereces por loco. Venga, estira las piernas que sino no podré sacártelos.
— ¡Aargh! ¡La rodilla! ¡Que también la tengo hecha polvo!
— Ay, lo siento, es que no se te puede tocar. ¿Pero hay algún sitio que no te duela?
— Uf, me duelen huesos que ni sabía ni que tenía…
La pregunta aún en el aire le deja pensativo, mirando por la ventana.
— Por ejemplo no me duele aquí- responde finalmente sin girarse hacia ella y señalándose el hombro izquierdo.
Ella le busca con la mirada. Él sonríe.
— Me podías dar un besito de esos tuyos.
Ella se sienta a su lado en la cama y le besa tenuemente el hombro.
— Aquí tampoco me duele —y se señala la mejilla.
Sin dejar de sonreír, ella niega con la cabeza en traviesa aprobación.
— No me digas más, ya me imagino dónde más no te duele.
Se besan. Y mientras él la abraza y la recuesta despacio sobre la colcha ajena y comienza a desvestirla y se le olvidan los dolores, ella, casi mordiéndole, le susurra al oído.
— Peliculero…
- Dr. Zito
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